lunes, 10 de octubre de 2011

Feria del libro antíguo de otoño

Ante todo pronóstico que hice mientras iba de camino con una buena amiga hacia la feria mientras le contaba la tesis que hizo mi profesor de textos griegos, la caza de libros salió medianamente boca abajo. Un churro vamos, pero al menos tenía ese azucarcillo que te deja buen sabor: Virgilio (Bucólicas) y Ovidio (Libro I de sus Tristia); todo el latín, por su puesto.
La mayoría de la gente, de paso; algún que otro curioso preguntando compulsivamente por un libro extraño o una enciclopedia anticuada -probablemente inservible- y otro que estaba desesperado por encontrar El origen de las especies de Darwin. Este último lo encontré entre un montón de poesía del 27.

Las mujeres mayores con ese folklore que las caracterizan, su laca hasta en las cejas, su vista cansada sacada a la luz por su gesto de bajar las gafas y mirar entre ojos el título y la sinopsis de los libros con portadas llamativas y, no podía faltar, la inconfundible voz a su marido -siempre cansado de que su mujer le recomiende libros que ella ha escuchado que "son muy bonitos" en boca de sus amigas- que decía cosas del calibre "Mira Paco, este es libro que se leyó la Encarni y que dice que está muy bien" o "De verdad, es que se ha escrito de tó". También señores mayores de boina y pantalones de pana verdes con alpargatas de cuadros grises. No podían faltar. Las mujeres de mediana edad a la manera de Shaquille O´neall metiendo cuerpo para colarse entre manos largas como las mías.

En cuanto a la feria se hace muy pesada. En todos, lo de todos. Más que del libro antíguo, de segunda mano. Los libros antíguos de exposición, aunque me quisieron vender una recopilación de textos latinos del XIX un tanto acarosa y medio a la plancha (no quise preguntar el motivo de las quemaduras de la portada). El año pasado me intentaron vender un Horacio del XVI por 1500 euros. Le pediré a Espe un préstamo para el año que viene. Todo sea por la (in)cultura.

Lo dicho, menos polvo y más sobras.

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